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Ricardo Rabella Bahillo, escritor y coaching lector

Publicat el 31.3.2018 10:00

Arts i lletres

Javier Sardá

Javier Sardá – www.fotosarda.com

Si traemos a Ricardo Rabella a estas páginas no es sólo por haber sido un destacado publicitario que vive desde hace más de cincuenta años en nuestro barrio, cerca del Mercado de Sant Gervasi, y que colaboró en campañas publicitarias, hoy casi olvidadas, como “Ama a tu tierra” para Codorniu, “Porque hoy es hoy” de Chocolates Nestlé o “Vuelve a casa por Navidad” de Turrones El Almendro. Si lo traemos hoy aquí es en calidad de escritor de varios libros clasificados como: ironía/ensayo, con títulos que ya definen su contenido: Los hijos son una estafa, Ser malo es bueno, Quiero ser político y así otros títulos de entre los que sobresale uno muy en serio: El Libro del lector.
Hablemos de lectura, hablemos de leer.

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¿Tan importante es leer?
Tan importante como que mediante la lectura condensamos aspectos fundamentales de la vida.

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¿La lectura es básica entonces para vivir?
Leer es, sin lugar a dudas, seguir los principios básicos recomendados para cuidar la salud y contribuir al pleno desarrollo de nuestra existencia.

¿Por qué leemos?
Hay muchas razones y variadas, incuso variopintas, por placer, por necesidad, por prestigio… y así hasta cientos de razones, pero yo me quedaría con una segura y a lo mejor cutre: para pasar el rato.

¿Pasar sólo el rato?
¿Le parece poco? Súmele que la lectura le hace feliz, aprovecha mejor el tiempo libre, experimenta más emociones positivas y estará mejor preparado para afrontar las negativas.

Yo soy lector, ¿cómo me doy cuenta de las ventajas de serlo?
De entrada, transformas las palabras en evocaciones mágicas, les das sabor, fragancia, textura, incluso, aroma. En general el hombre busca también la verdad, la acción, la aventura, la mujer lectora se inclina más por la emotividad y las ilusiones.

¿Es suficiente?
Todo ello es vida, es encontrar la vida en los libros y, gracias a ellos, comprenderla mejor.

¿Cómo es el lector ideal?
Lo importante no es lo que pasa en el texto sino lo que nos pasa después de su lectura, lo que pensamos de nosotros mismos como consecuencia de haberlo leído. El lector ideal no existe, conformarse con ser lector es más que suficiente.

¿Es verdad que un libro puede curar?
Si eres un lector doliente, sí. Un lector que su enfermedad esté relacionada de alguna manera con la lectura. Proust ofrece una lista de bibliopatologías a cual más curiosa.

¿Por ejemplo?
La adicción desmesurada a la lectura, el lector que no puede dejar de leer en cualquier circunstancia, la pedantería una degeneración de la erudición y una enfermedad propia del que lee por leer para recordar lo que ha leído. Peligrosa y no saludable la enfermedad del dogmatismo, una enfermedad que consiste en creer que la verdad existe

©Pedro Espinosa

Y entonces aparece la biblioterapaia, ¿no?
Los libros pueden contener también drogas o fármacos anímicos que determinen cuáles son veneno y cuáles remedio para según qué tipo de enfermedades y con qué efectos. Hay libros estimulantes, narcóticos, calmantes, irritantes, euforizantes, depresivos, excitantes, obsesivos, calmantes, alucinatorios, de efecto lento o de efecto rápido, libros que crean adicción, que contrarrestan el efecto de otros libros. Van Holburn, médico neerlandés, tenía los libros en su biblioteca distribuidos como si fuera una botica. No sé si recordará que en el TBO de años ha, el personaje “Franz de Copenhage” propugnaba la creación de un periódico infantil nutritivo.

¿Y cómo sé qué libro me conviene?
Primero ha de padecer la enfermedad literaria correspondiente.

¿Y si estoy sano?
Entonces escoja la clase de libro que más le haya complacido o vaya descubriendo lo que, realmente, más le gusta leer. Lo que sea capaz de leer en un libro es el resultado de su disposición anímica más profunda. Lo que leemos, el modo en el que lo leemos, según el momento en que nos encontramos, son síntomas que revelan lo que somos que incluso han podido permanecer desconocidos para nosotros mismos.

¿Y cómo lo descubro?
Leyendo, sometiéndose a un “Test del Lector”, descubriendo qué tipo de lector es y cuáles son sus preferencias lectoras, seguramente muy unidas a su perfil psicológico.

¿Qué me dice del niño lector?
Crear lectores para el futuro es uno de los principales objetivos para el buen hacer de la humanidad, y para conseguirlo, los tutores sean profesores o padres, tienen que convertir la lectura en un premio, no en una tarea más. El verbo leer, no soporta el imperativo.
¿Y aquellos niños que padecen falta de comprensión lectora, que son muchos?
Hay cura, no es problema.

¿Y en la adolescencia?
Para captar como lector a un adolescente, lo primero que hay que hacer es tener en cuenta su opinión y a partir de ahí, descubrir su personalidad y apoyarla y si es con libros mejor.

¿Los libros por Internet?
Bienvenidos sean los libros electrónicos, que nos permiten leer documentos larguísimos sin imprimirlos, y buscar palabras en sus páginas. Bienvenida sea también la lectura en la pantalla de un ordenador, porque en muchos casos constituirá la única opción para leer obras a las que si no, no podríamos acceder. Pero podemos estar seguros de que esta lectura nunca será “lo mismo” que la que habríamos llevado a cabo en papel. Podrá ser suficiente para nuestros fines, podrá ser placentera, pero nunca será igual aunque nos vayamos adaptando a ella con el tiempo.

Como lector, considerado normal, ¿qué consejos me daría?
Le ofrezco seis:
1 – No es importante leer mucho, sino mantener una regularidad en la lectura.
2 – Fomentar la lectura entre la juventud, no como obligación sino como devoción.
3 – Si es bueno darse permiso para escoger un libro, también lo es para abandonarlo, siempre que abandonarlo no signifique abandonar la lectura.
4 – Cultivar el placer de releer.
5 – Tener opinión propia, personal sobre los libros, no seguir la opinión pública basada en el bestseller. Aceptar el consejo de aquellos que usted reconoce.
6 – No se plantee el problema de que no tiene tiempo para leer, admita que lo que no tiene son ganas de leer. El problema no está en saber si tiene o no tiempo para leer, sino en si se regala o no la dicha de ser lector.

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